Carlos Salinas de Gortari. El nombre que alguna vez fue sinónimo de poder absoluto, hoy parece más bien una sombra que aparece y desaparece. ¿Dónde está? ¿Qué hace? ¿Goza de cabal salud? ¿Sigue moviendo los hilos o ya se le rompieron?
La respuesta corta: nadie sabe con certeza. En 2016, el Estado Mayor Presidencial respondió a una solicitud de transparencia afirmando que no existe expediente clínico alguno sobre el expresidente, ni durante ni después de su mandato [Animal Político, 2016]. Tiene 77 años, vive entre Dublín y Ciudad de México, y aunque ha publicado libros como Muros, puentes y litorales (2022), su presencia es más espectral que política.
Durante los años 90, el apellido Salinas era casi una marca registrada: Harvard, tecnocracia, privatizaciones, el TLC, el “nuevo PRI”. Y luego, el silencio. El exilio voluntario. El rumor de que vive en Europa. Y mientras tanto, su hijo Emiliano —el heredero perfecto, el que iba a continuar el legado— termina vinculado a NXIVM, una organización condenada en EE.UU. por esclavitud sexual, coerción y crimen organizado. Aunque Emiliano no fue acusado penalmente, su rol como promotor y miembro del consejo directivo de ESP/NXIVM México fue ampliamente documentado por medios como The New York Times, Proceso y Aristegui Noticias. En 2019, tras la condena de Keith Raniere, Emiliano renunció públicamente a toda relación con el grupo [Aristegui Noticias, 2019].
Ese fue el punto de quiebre. Emiliano no solo era el hijo del expresidente: era el rostro joven, culto, empresarial, casado con una “actriz reconocida”, con formación en Harvard y discurso TED. Todo apuntaba a una narrativa de continuidad. Pero el escándalo de NXIVM desmanteló esa arquitectura con brutal eficacia. El linaje se volvió lastre.
¿Y qué con Carlos Salinas? Tal vez ya no mueva los hilos de México, pero su sombra sigue recorriendo los pasillos del poder. El modelo económico que impulsó —privatización, apertura comercial, tecnocracia— aún vive en muchas políticas públicas. Algunos de sus excolaboradores siguen activos. Y él, aunque lejos del reflector, conserva redes discretas.
Lo curioso es que, aunque Salinas ya no aparece en escena, su figura fue reciclada por Andrés Manuel López Obrador como el símbolo del enemigo a vencer. En su discurso de toma de protesta en 2018, AMLO declaró “la muerte del modelo neoliberal” y señaló a Salinas como el arquitecto de un sistema que se mantuvo durante seis sexenios, incluyendo los de Fox, Calderón y Peña Nieto [El Universal, 2018]. Así, el salinismo dejó de ser una persona para convertirse en una etapa: el neoliberalismo. Y esa narrativa ha servido como base para justificar el desmantelamiento de instituciones, órganos autónomos y políticas públicas durante la llamada Cuarta Transformación.
Entonces, Tal vez ya no sea el protagonista, pero sigue siendo el fantasma perfecto. El que aparece cuando se necesita un villano, y desaparece cuando conviene olvidar. Porque en este país, el silencio también es estrategia. Y en ese silencio, el clan Salinas dejó de ser el futuro… para convertirse en un recuerdo incómodo.