El microrrelato
Buena hija
La escucho mientras entra a la casa. La he estado esperando. Soy buena en eso. La casa es muy vieja, casi una ruina ya, pero es nuestro hogar. Camina encorvada bajo el peso de tantos abandonos.
Entrando, hay a la derecha un cuarto donde dormía con papá, hasta que él se fue con otra mujer. Esa fue la primera vez que vi que le rompían el corazón. Luego viene otra habitación, dónde dormíamos mis hermanos y yo; todos ellos varones; se fueron tan pronto pudieron. Cada vez, su corazón se rompía un poco más. Yo soy la única que decidió no irse, incluso antes de que me encadenara en el cuarto del fondo cocina y comedor. Nunca le dije que no lo haría; por eso necesitó aprisionarme. No se lo reprocho; tenía que asegurarse.
Casi nadie entiende bien casi nada. Todos pensaron que me suicidé debido a la situación terrible que vivía. Encadenada todo el tiempo, sin hablar –¿qué podía yo decir que calmara un poco su sufrimiento y su miedo? –, comiendo apenas –ella comía tan poco como yo; no teníamos más. En fin. Creyeron que fue la única salida de una vida miserable. No entendieron. No importa. Lo que sí importó es que ella tampoco entendió. Se sintió aún más traicionada, abandonada, resignada a seguir hasta que la muerte le llegara y la salvara de tanta soledad. La llevaron presa, claro, varios años. Yo aquí la esperé, asustando a los pocos que se atrevían a meterse de vez en cuando. Ahora que regresó, ya empezó a sentir mi presencia, pero aún no entiende. Está aterrada. Creo que cree que estoy aquí para atormentarla. Creo que habrá que esperar hasta que muera –o ayudarle, tal vez– para que por fin entienda que si me ahorqué fue para que supiera que yo no me iría, que me quedaría con ella. ¿Qué mejor manera de demostrárselo que atando mi fantasma a este lugar para siempre?
La deliberación
Nos hemos mentido, nos hemos enseñado a creer que lo que vivimos en nuestro interior es malo, nos hemos creado una moral que juzga hasta lo más profundo de nuestro ser. En nuestra vida interior, nada es malo, nada se puede juzgar. La ética atañe solo a los actos, no a pensamientos, sentimientos, emociones, fantasías, deseos, impulsos, en fin, nada de lo que sucede en nuestro interior. Puede llevar a actos, sí, hay una mínima probabilidad; y por eso hay que cuidar los actos, pero la inmensa mayoría de las cosas que experimentamos en nuestro interior nunca llega a ser un acto. Puede también señalar algunas cosas que necesitamos trabajar, claro; así se expresa la mente. Pero no es malo. Es necesario tomar conciencia de esto para dejar de reprimir y empezar a sanar. La literatura y el arte en general ayudan a expresar eso y a llevar ese poder de sanación a la sociedad. Claro que hay responsabilidad por lo que un escrito puede causar, como en el Werther de Goethe, que suscitó una serie de suicidios, y claro que un escritor o creador debería, considero, tomarse esa responsabilidad en serio, pero también hay responsabilidad de ayudar a sanar socialmente. Esta es el poder último del arte, creo, y como todo arte debe ejercerse con responsabilidad y sensibilidad.
La recomendación de libro
El loco, libro de Khalil Gibran
La cita del libro recomendado
“-Soy como tú, ¡oh Noche!, silencioso y profundo, y en el corazón de mi soledad yace una diosa en trabajo de parto; y en el ser que de ella nace el Cielo toca el Infierno.”
Carlos Conde
Psicoanalista, filósofo, escritor, amante de la literatura de fantasía.
Correo electrónico: ccondetepoz@gmail.com.
Página de escritor: https://letrasysombras.com/
